Todos sabemos que los personajes son la columna vertebral de cualquier historia. Son quienes le dan ese toque único, esos latidos naturales, y con los que conectamos, que hacen que todo cobre sentido en algún momento de la historia. Por eso, describirlos bien es una de las mejores herramientas que tienes cuando escribes historias.

Existen dos formas básicas para presentarlos: la descripción directa y la caracterización indirecta. ¿Te suena familiar? Te explico ambas formas, para que puedas aprovecharlas al máximo, según tus necesidades y las de tu historia.

 

  1. La descripción directa podríamos llamarla: pintando con palabras

Este, es el método clásico, y, además, el que todos conocemos. Aquí es donde describes a tu personaje de manera explícita (su apariencia física, su personalidad, sus gestos…), de forma clara y precisa. Es como darle al lector una foto mental, una «imagen» para que se guíe en adelante.

Mira un ejemplo:

«Jorge, el nuevo, que apenas tenía veinte años, una apariencia débil y piel de porcelana todavía, era un desastre como vendedor. No lograba recordar los pedidos completamente y siempre tenía accidentes con el dinero, ya fuera de dándolo o recibiéndolo».

¡Ahí lo tienes! Una descripción completa, ¿verdad?

 

  1. Caracterización indirecta: Mostrando con acciones

Por otro lado, la caracterización indirecta es mucho más sutil y literaria, si se quiere ver así. No se trata de decirle al lector «cómo es el personaje», sino de mostrarlo a través de sus acciones, sus pensamientos y, por qué no, su forma de hablar y de comunicarse con los demás. En este caso, es como si el lector tuviera que ser un detective que, poco a poco, va armando el rompecabezas del personaje con información visual poco precisa.

Mira un ejemplo:

«Las monedas se chocaron ente sí y todas terminaron en el suelo. Por suerte, el suelo era de un plástico que resistía los golpes metálicos del dinero que caía. Jorge intentó salvar la caída, pero las monedas ya habían volado a todas partes. Juan le dijo: «Jorge, los clientes de la fila quieren pagarte». «¡Dios mío!», pensó Jorge, había olvidado por completo lo que le habían pedido».

¿Notaste la diferencia? Aquí el lector deduce que Jorge no es el mejor en su trabajo, que quizás es alguien inexperto y temeroso, pero no se lo dices directamente. Es él quien lo descubre por la forma como actúa Jorge.

 

  1. Combinar ambas técnicas

La buena noticia es que no tienes que elegir entre una u otra. Lo ideal sería, siempre respetando tu estilo y las necesidades del texto, mezclar ambas técnicas para darle más riqueza a tus personajes. Por ejemplo, cuando presentas a un personaje por primera vez, puedes usar una descripción directa y breve para que el lector lo visualice rápidamente. Luego, a medida que avanza la historia, vas dejando que sus acciones y pensamientos hablen por él. Eso sí: es muy importante que las acciones de tu personaje sean adecuadas y se ajusten a las capacidades y habilidades de su descripción física.

 

  1. Los detalles marcan la diferencia

Pero no te limites a decir cómo luce tu personaje. Piensa en su contexto, quizá de lo más importante a la hora de hablar de él, su historia, su mundo, su pasado, sus miedos, etc. Los detalles que añadas pueden revelar mucho más de lo que parece. Recuerda siempre que el lector lo construye con lo que lleva adentro de sí, así que, de alguna manera siempre estarás creando personajes infinitos. Si lleva ropa impecable tal vez porque es una persona meticulosa o de buena posición social. Si camina encorvado quizás se deba a que lleva años cargando más de lo que puede soportar.

Por último, recuerda siempre que una buena descripción va mucho más allá de lo superficial. Cada detalle, por pequeño que sea, cuenta una historia.

 

¿Te ha pasado que sientes que conoces a un personaje solo por cómo actúa o piensa? Cuéntame en los comentarios cómo trabajas tú las descripciones. ¡Y no olvides unirte a nuestra comunidad de escritores! ¡Ni olvides nuestros talleres literarios disponibles! Te esperamos en letrarium.com

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