El espíritu de la doncella

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Un espíritu empieza a hacerle extrañas visitas a un joven académico de acaudalada familia. Él, incauto y deseoso de compañía, dio consentimiento a ese espectral lazo nocturno.

Era una noche fría y oscura cuando la vi por primera vez. O, más bien, cuando ella me vio a mí. No podía distinguir sus rasgos, pero podía sentir su presencia en la habitación.

—No puedo dormir —susurró ella, y su voz parecía provenir de todas partes a la vez—. ¿Me acompañas?

Estaba aterrado, pero algo en su voz me hacía sentir seguro. Asentí, y ella se acercó a mí, envolviéndome en su abrazo frío.

No recuerdo cuánto tiempo estuvimos así: acurrucados y juntos en la oscuridad bajo el manto protector de las sábanas; pero cuando me desperté por la mañana… ella había desaparecido.

Pensé que había sido solo un sueño. Y pasé el resto del día debatiendo conmigo mismo las posibilidades para que tal hecho sucediera. Mis debates conmigo mismo eran de un alto nivel intelectual. O al menos así me gustaba creer; y disponía en mi mente toda clase de escenarios de erudición para convencerme. Aunque desconocía cuál era el ambiente propio para discutir eventos metafísicos, así que me situé en un plano académico.

Luego de una semana olvidé el asunto.

Y lo habría olvidado por completo, de no ser porque empecé a tener problemas para dormir por las noches. De vez en cuando la veía en mi habitación, y cada vez era más nítida. Cuando se dignaba en aparecer, siempre me pedía que la acompañara en su soledad y yo, un hombre adinerado pero estudioso y solitario, accedía a su petición sin problemas..

Pronto empecé a notar algo extraño en ella, algo que me ponía los pelos de punta. A medida que sea hacía más fuerte su presencia, más detalles extraños percibía.

Un día, mientras hablábamos, noté que su vestido estaba húmedo y sucio. Le pregunté sobre eso, pero ella solo se rió y desapareció. ¡Fue desconcertante!

Entonces  empecé a investigar sobre la historia de mi antigua casa, y descubrí que una mujer, una antigua y respetada ama de llaves, había sido enterrada con su vestido favorito en el jardín trasero. Fue fácil reconocer el vestido, pues lo veía con regular frecuencia en las noches. Me entristeció saber que había muerto de una manera horrible por medio de una dolorosa enfermedad. Luego descubrí notas antiguas que aseguraban que muchos de los empleados insistían que su espíritu había estado vagando por la casa desde entonces.

La revelación me asustó profundamente. Aún consternado, Intenté deshacerme de ella, pero no importaba lo que hiciera, siempre estaba allí, pidiéndome que la acompañara en su soledad. Y cada noche que pasaba con ella, sentía que algo se desvanecía en mi interior.

Un día, mientras estaba investigando en la biblioteca local, encontré un libro antiguo que hablaba sobre cómo deshacerse de los espíritus malignos. Seguí las instrucciones, pero todavía podía sentir su presencia en mi habitación por las noches; me desesperó saber que nunca estaré completamente a salvo de ella.

A partir de ese momento, cada noche, cuando me acostaba en mi cama, sentía su frío aliento en mi cuello. Escuchaba susurros en mi oído y sentía sus dedos fríos en mi piel. Intenté ignorarla, pero era imposible.

Una noche, mientras intentaba dormir, sentí que algo se movía en mi habitación. Abrí los ojos y vi a la mujer, parada al pie de mi cama, con los ojos brillando como estrellas siniestras y revelando una sonrisa malvada en su rostro.

Comenzó a reírse con un sonido agudo y escalofriante que resonó en mi cabeza. Me di cuenta de que ella no quería dejarme en paz, quería poseerme.

Grité y luché, pero sus garras frías se aferraron a mí y no pude escapar. Finalmente, me desmayé.

Cuando desperté, estaba en un hospital. Los médicos me dijeron que mis gritos de dolor habían despertado a la servidumbre, quienes me habían encontrado tirado en mi habitación con signos de asfixia. Pero yo sabía la verdad. La mujer me había poseído y había intentado matarme.

Desde entonces, no pude dormir sin la luz encendida y el corazón en la mano, siempre temiendo que ella volviera. El miedo calaba hondo en mí y me arrastró a una profunda depresión de la que solo salía con ayuda del alcohol.

Decidí que tenía que hacer algo para expulsar a la mujer de mi vida de una vez por todas. Investigué sobre cómo hacer un exorcismo y, después de recolectar todo lo que necesitaba, me dispuse a hacerlo yo mismo.

Me senté en el suelo, rodeado de velas y con un crucifijo en la mano. Cerré los ojos y comencé a recitar las oraciones que había aprendido.

De repente, sentí un viento frío que me golpeó en la cara y oí un ruido sordo. Abrí los ojos y vi a la mujer, parada frente a mí, con los ojos brillando de manera sobrenatural.

Comencé a recitar las oraciones con más fuerza, intentando expulsarla de mi cuerpo. Pero ella se burló de mí, con una risa fría y cruel.

—¿Crees que puedes sacarme de aquí? —dijo ella—. Soy parte de ti ahora. Siempre estaré contigo.

Pero yo no me rendiría tan fácilmente. Continué recitando las oraciones, intentando forzarla a salir de mi cuerpo.

La habitación comenzó a temblar y las velas parpadearon.

—¡Sal de mí! —grité—. ¡Te exorcizo en el nombre de Dios!

La mujer comenzó a gritar con una voz inhumana y aguda que me heló la sangre. Pero seguí recitando, más fuerte que nunca.

Finalmente, sentí una explosión de energía y la mujer desapareció. Me quedé tirado en el suelo, exhausto, pero sabiendo que había ganado.

Pero entonces, escuché su risa; una risa que no venía de ninguna parte. Y supe que había sido demasiado tarde. La mujer había dejado una parte de sí misma en mi alma, una parte que nunca se iría.

Me levanté, sacudí la cabeza y salí corriendo de mi habitación, corrí sin mirar atrás.

Aprendí que, a veces, el mal no se puede expulsar, y que hay cosas en la vida que nunca se pueden dejar atrás. Ahora de vez en cuando la escucho decirme: «Ahora me harás compañía, para siempre».

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