La Visión Después del Sermón

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La pequeña Alice, luego de un accidente automovilístico, se pierde en un bosque y descubre a un ángel que para ella parece siniestro, no obstante haberse salvado hizo que los lugareños buscaran al "ángel" para adorarlo.

Había una vez una niña llamada Alice que iba plácida en el auto junto a sus padres. Papá, mamá, y Alice, iban camino a visitar a la abuela en el lejano pueblo de Valle Granger que se encontraba en las afueras de un inmenso bosque, y rodeada de prados y montañas. Era verano; los padres de Alice soñaban con descansar ante la calida brisa del campo. Pero, durante la montañosa travesía, tuvieron un accidente y el carro terminó en llamas.

Los padres, desesperados por no poder salir, empujaron a Alice fuera del vehículo y le encomendaron pedir ayuda.

Al principio el shock no le dejaba entender, pero la imagen del auto al revés, sus padres luchando por respirar, junto el olor a vapor y combustible le hicieron caminar lejos para buscar ayuda.

La niña corría con prisa entre los árboles inmensos, conocía el camino del bosque, muchas veces recorrió el sendero junto a la abuela y los mocosos vecinos.

Las lágrimas corrían, y las piernas palidecían. El camino se hacía eterno, y Alice temía que no pudiera llegar a tiempo para salvar a sus padres. Pero algo comenzó a parecer extraño. El sol comenzaba a ponerse, y las sombras comenzaron a extenderse sobre todas las cosas hasta rodear una loma. Alice comenzó a sentir una extraña presencia a su alrededor, como si algo la estuviera observando.

De repente, Alice escuchó un sonido extraño detrás de ella. Se giró rápidamente, pero no vio nada. La presencia se intensificó, y comenzó a sentir como si algo se estuviera acercando a ella. Fue entonces cuando lo vio. Una figura apareció en frente de ella, un ángel con alas negras y una máscara blanca sin rasgos.

—¿Quién eres tú? —preguntó Alice, asombrada por la aparición.

Era un ángel, aunque tenía algo siniestro que incomodaba. Era una figura imponente, con alas negras que se extendían por encima de su cabeza y parecían envolver todo a su alrededor. Su cuerpo estaba cubierto por una túnica blanca que parecía moverse y ondear como si estuviera viva. Pero lo que más impresionaba a la niña eran sus ojos. Eran fríos y vacíos, como si no tuvieran alma. No había ni una pizca de humanidad en ellos, solo una mirada fija e implacable.

Lo más aterrador de todo, sin embargo, era su rostro. O más bien, la ausencia de él. En lugar de tener una cara, el ángel llevaba una máscara blanca sin rasgos distintivos. No había ojos, boca o nariz, solo una superficie lisa e inmaculada que parecía estar hecha de una sustancia extraña y desconocida.

El ángel m se acercó a la niña con pasos lentos y pesados, como si cada uno de ellos fuera una carga para él. Alice se estremeció al sentir su presencia, pero no pudo moverse.

-¿Qué haces aquí, niña? —preguntó el ángel con su voz baja y ronca.

—Estoy buscando ayuda para mis padres, tuvimos un accidente. ¡Ayúdalos, antes de que… 

Sus palabras se congelaron. La mirada del Ángel le hizo pensar que sus padres ya estaban muertos, pero el frío que sentía ante su presencia no le permitía llorar, o sentir lástima.

—Este no es un lugar seguro para una niña sola —dijo el ángel, su máscara blanca sin rasgos parecía mirar fijamente.

—Sé que… sé que hay algo extraño aquí, algo que no está bien —dijo Alice tratando de mantener la calma.

—¿Crees que puedes entender lo que ocurre aquí, en esta loma? —preguntó el ángel, su voz sonando más baja y siniestra que antes.

—No, no lo sé —respondió ella con sinceridad.

Cuando el ángel hablaba, su voz era baja y ronca, como si viniera de lo más profundo de la tierra. Era una voz que parecía susurrar terribles secretos que la niña no quería oír. Cada vez que el ángel se acercaba, la niña sentía un frío intenso que le recorría todo el cuerpo, como si estuviera siendo tocada por la muerte misma.

—Esta loma es un lugar sagrado, un lugar de poder. Pero el poder que aquí reside no es para aquellos que lo buscan por curiosidad o por simple travesura —dijo el ángel, sus alas negras se movían lentamente, como si estuvieran vivas.

—Por favor, ¿puedes ayudarme a encontrar ayuda? —preguntó con voz temblorosa.

—No puedo ayudarte en eso, niña. Pero te puedo enseñar algo, algo que te ayudará a entender lo que está sucediendo aquí —dijo el ángel mientras levantaba una mano y señalaba hacia la loma.

La niña se quedó quieta, observando al ángel con cautela. No sabía si podía confiar en él, pero tampoco sabía cómo negarse a su oferta. Así que, con mucho cuidado, siguió al ángel mientras él se adentraba en la oscuridad de la loma.

 

Luego ella llegó al pueblo, parecía estar calmada aunque vagó de noche por la espesura del bosque. Los lugareños la vieron y le prestaron ayuda. Escucharon su historia, e incrédulos fueron a revisar el recorrido y tratar de ayudar a los padres de Alice; mientras la llevaron con el médico del pueblo y llamaron a su abuela. Ella sabía que estaba triste pues extrañaba a sus padres, ellos estaban solos y en peligro, pero ese pensamiento se le hacía escurridizo, y hasta lejano. Pensar en sus padres se hacía poco frecuente, y cuando lo hacía no lo hacía con tristeza. 

La presencia del ángel fue tan siniestra y tan aterradora que Alice no podía evitar sentir que estaba siendo observada en todo momento ¿Quizás ese terror acechante opacaba el accidente?. Él la había escoltado a la entrada del pueblo y le dijo que volvería a la loma, le ordenó ser feliz y confesar que él la había llevado hasta allá. A pesar de saber eso, la niña podía sentir su presencia oscura y siniestra en el aire, como si estuviera al acecho en la oscuridad, esperando para atacar.

Al día siguiente nadie le daba noticias de sus padres, pero todos les preguntaban sobre el ángel. Aseguraban que el hecho de que una niña tan pequeña llegara con vida, sin pérdida, y en tan corto tiempo; solo era obra de Dios. Entonces empezaron a creer en su historia del Ángel de la Colina. Y un grupo emprendió una cruzada en búsqueda de tal ente.

Al anochecer, la expedición volvió con grandes noticias: lo habían visto. Un manto alado que flotaba y hablaba sin tener rostro. Muchos lloraban de euforia, otros emprendieron alabanzas. Casi todo el pueblo acompañó a la expedición de vuelta para encontrarse con lo que llamaron la aparición del pueblo del Valle de Granger.

Esa noche, una tormenta oscura y aterradora se desató sobre el pueblo. El viento aullaba como si fuera un lamento de los muertos y los relámpagos iluminaban el cielo como dagas afiladas. La niña se aferró a su almohada, temblando de miedo mientras las ventanas vibraban y las puertas se golpeaban.

Lo peor estaba por venir.

Cuando la tormenta finalmente amainó, la niña salió de su casa para ver la destrucción que había causado. Lo que encontró fue algo que la dejó sin habla. El pueblo estaba en ruinas, sus edificios destrozados y sus calles llenas de escombros.

Pero entre los escombros no yacían los cuerpos. No había nadie en el pueblo, ni su abuela. Ella estaba sola. Asustada corrió a buscar al ángel, pues sabía que algo malo pasaba y él debía ser el culpable. Al llegar a él, encontró al pueblo en un trance de oraciones, mientras que otros de los lugareños estaban sin vida ante la presencia del Ángel. Ella trataba de no ver los muertos, ni sus ojos vacíos y sus rostros retorcidos por el terror. Debía llegar a él, quería conseguir respuestas.

Él la vio, con sorpresa, como si no estuviera esperando ese momento. Se acercó a ella y con las alas la encaminó a subir la loma.

Mientras caminaban el ángel siniestro hablaba en voz baja, sus palabras llenas de misterio y peligro.

—Este lugar es sagrado para muchos, pero para otros, es una fuente de poder. Un poder oscuro y peligroso —dijo el ángel mientras se detenía en seco y se volvía hacia la niña.

—¿Qué quieres decir? —preguntó la niña, su voz temblorosa mientras se acercaba al ángel.

—Este lugar es un punto de conexión con el otro lado, un lugar donde la barrera entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos es más delgada. Los que buscan el poder aquí lo hacen para controlar a los muertos y usarlos para sus propios fines —explicó el ángel mientras su máscara blanca sin rasgos parecía brillar oscuridad, o al menos así lo sentía ella.

Alice miró a su alrededor, el fervor y gritos de los campesinos inundaban el lugar; aún así los sentía lejos, distantes, confusos, a pesar de que estaba a pocos pasos de ellos. Ella solo sentia la presencia oscura y siniestra que parecía envolver todo a su alrededor.

—¿Hay algo que pueda hacer para ayudar? —preguntó la niña, su voz llena de preocupación al recordar que alguien debió ayudar a sus padres. Alguien los debió sacar del carro pero no los ha vuelto a ver.

—No, niña. Este lugar no es para ti —dijo el ángel mientras alejaba sus alas negras moviéndose con lentitud.

El ángel se detuvo en seco y se volvió hacia la niña, sus ojos fríos y vacíos parecían mirarla con desprecio.

—Te he advertido. Este lugar no es para ti. Ahora debes irte antes de que sea demasiado tarde —dijo el ángel mientras extendía una mano huesuda hacia la niña.

Pero la niña no podía moverse. Estaba paralizada por el miedo y la incertidumbre. No sabía si debía quedarse o huir, si debía confiar en el ángel o temerlo. Así que se quedó allí, temblando y temerosa, mientras el ángel siniestro se acercaba lentamente a ella.

El ángel siniestro se acercó a la niña con pasos lentos y pesados, su máscara blanca sin rasgos parecía mirarla fijamente. La niña se sintió atrapada por su presencia, como si algo la mantuviera allí, imposibilitándola para moverse.

La tierra tembló.

—Ya es demasiado tarde para ti, niña —dijo el ángel mientras su voz se transformaba en un gruñido gutural—. Has entrado en un territorio que no te pertenece, y ahora tendrás que pagar el precio.

La niña trató de correr, pero sus pies no parecían responder. El ángel extendió sus alas negras y se elevó en el aire, dejando que un aura oscura se expandiera por todo el lugar.

Comenzó a sentir algo extraño dentro de ella, como si algo la estuviera consumiendo desde adentro. Gritó de dolor y miedo mientras caía al suelo, retorciéndose y agarrándose el estómago.

—Esto es lo que sucede cuando uno se mete en lo que no le corresponde —dijo el ángel. La máscara blanca parecía agrietarse y revelar con una sonrisa siniestra.

Ella debatía en el suelo, sintiendo que algo la estaba consumiendo por completo. Miró hacia el ángel con los ojos llenos de lágrimas, suplicando por ayuda, pero el ángel solo se reía.

Finalmente, dejó de moverse, su cuerpo inmóvil en el suelo. El ángel se acercó a ella y la observó con su máscara blanca, su voz ronca y siniestra resonando en el aire.

—Esta loma no es un lugar para los vivos, niña. Ahora te unirás a los muertos y te quedarás aquí para siempre. Pero al menos podrás estar junto a tus padres. Solo eso te voy regalar.

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