La cama, ese mueble que nos acompaña desde que somos muy pequeños. Claro, si contamos a la cuna como un tipo de cama también. Las hay grandes y pequeñas, altas y bajas, sencillas y estrafalarias, para una persona o para dos, aunque a veces en estas últimas alcancen tres o más, en fin, es un negocio con el cual los carpinteros y almacenes jamás se quedarán en la ruina. Justamente vino a mi mente un recuerdo de aquellos años en los cuales yo todavía era un pequeño y cualquier cosa fuera de lo común solía asustarme. Muchas noches me pasé a dormir al cuarto de mis padres, junto a ellos, por el miedo que sentía. Mi papá algunas veces intentaba hacerme regresar a mi habitación, pero mi mamá lo convencía para dejarme dormir con ellos. “Es muy pequeño, ¿no ves que está asustado?”, le decía. Mi padre, con una sonrisa de medio lado y viéndome con una mirada que claramente me decía que logré mi acometido, me dejaba quedar con ellos “por esa noche”. Obviamente, nunca llegaba a ser la última vez que ocurría lo mismo.
Sin embargo, la noche de mi cumpleaños número once, el miedo que sentí fue muy distinto a cualquier otro que haya sentido en mi vida. El festejo fue solo con mis padres, pues yo no tenía demasiados amigos y nuestra familia vivía en ciudades distintas a la nuestra, más lejanas. Cansado por los juegos que hicimos en casa para festejarme, pedí a mi mamá que me llevara a mi habitación. Una vez listo para dormir, le dije que tenía un mal presentimiento y que no se vaya de mi lado hasta que haya quedado profundamente dormido. Ella me dio un beso en la mejilla y comenzó a acariciarme el cabello, con lo cual supe que me acompañaría como se lo pedí. Poco a poco, mis ojos se fueron cerrando hasta que mi sueño se hizo profundo. De pronto, mi tranquilidad se vio interrumpida por unos extraños sonidos que comenzaron a escucharse en mi oscura habitación. Sobresaltado, me senté y traté de observar qué estaba ocurriendo a mi alrededor. Me fue imposible ver algo. Esa noche sin luna era tan negra que no me permitió divisar nada.
Intenté levantarme, correr hasta la habitación de mis padres para dormir con ellos como muchas veces lo había hecho, pero mis piernas no reaccionaron por lo asustado que me encontraba. Lo único que pude hacer es estirar un brazo y tantear entre la oscuridad. Al hacerlo, sentí cómo algo que toqué se movió bruscamente y fue seguido por un grito. No pude evitar asustarme y lanzar también un grito yo. A los pocos segundos se encendió la luz del lugar y escuché la voz temblorosa de un niño que decía:
- ¡Papá, hay un monstruo debajo de mi cama!
Yo no podía creerlo, no era posible, tantos años viviendo en aquella casa abandonada y de pronto la misma había sido ocupada. Mientras mi cabeza divagaba en lo que estaba ocurriendo, llegó mi padre y me preguntó si todo estaba bien.
- ¡Papá, hay un humano sobre mi cama! – fue lo único que pude contestarle.
Mientras posaba una de sus monstruosas manos sobre mi hombro, me dijo tranquilamente:
- Lo sé, hijo, tendremos que encargarnos de esta familia también.
Buscar
POPULARES