HOLA, ME LLAMO GUSI
Por Pili Sánchez Banacloy
Yo soy Gusi, un lindo gatito blanco con un ojo azul y otro amarillo o quizás verde, según la luz con la que se me mire. Fui abandonado en un refugio para gatos en Inca —Mallorca— por los familiares de mi queridísima dueña cuando ésta falleció. Recuerdo a aquella ancianita que me colmaba de mimos y atenciones, veíamos juntos las telenovelas de la tarde mientras yo me acurrucaba en su regazo ella me acariciaba mi denso pelaje durante horas.
Cuando ella se fue nadie se quiso quedar conmigo, y fui a parar en aquel refugio donde pasé varios años, durante los cuales tuve que aprender a defenderse de aquellas fieras, sin uñas pero con dientes, a bocados. Por razones que nunca se sabrán, pero que se pueden suponer con facilidad, fui operado siendo aún un cachorro y me quitaron las uñas de mis patitas delanteras. Dejándome completamente indefenso ante otros felinos, como la imposibilidad de poder trepar, cazar o jugar con algún juguete. Hoy en día esto está prohibidísimo.
Fui un lindo gatito blanco que crecí feliz entre algodones y mimado por una viejecita. Y desde mi nube de algodón, de repente caí directamente al duro suelo. Lo pasé tan mal en aquel sitio que todavía tengo pesadillas y lloro o doy pequeño quejidos mientras duermo, y Pili, mi nueva dueña, mi salvadora, viene corriendo a ver que me pasa, me coje y me apapacha, me colma de besos y arrumacos, yo se los devuelvo frotando mi cabeza contra ella y moviendo el rabo. Durante más de dos años estuve en aquel horrendo sitio, con el deseo y la esperanza de que alguien viniese, me llevase consigo y me diese un bonito y confortable hogar. Pero siempre se llevaban a los más jóvenes o los más cachorros por mucho que hiciera alarde de mis encantos cuando venía alguien. Porque, aunque soy un gato ya mayor tengo de una belleza exótica. ¡Soy muy guapo!, para que nos vamos a engañar.
Un día apareció por la puerta Pili, enseguida fui a hacer alardes de mis encantos, frotándome por sus piernas. Ella se quedó encantada y maravillada al verme, quiso cogerme pero no se atrevió, entonces se sentó en una silla y me llamó, yo acudí y sin pensárselo dos veces me subí en su regazo y entonces empezó a acariciarme. Se enamoró de mí. Me decía cosas, yo no entendía nada de lo que decía pero me gustaba. Y entonces dijo:
—¡Es para mí! Lo quiero, no puedo dejarlo aquí. Me lo llevo a Valencia.
Se fue y al día siguiente volvió con un transportín y me llevaron al veterinario. Me puse tan nervioso y asustado que me lo hice todo encima. Me pusieron las vacunas y un chip, a partir de ese momento Pili se convirtió en mi mami. Me compró un billete de avión, pero para llevarme con ella en la cabina el transportín tenía que tener unas medidas específicas y conmigo dentro no pesar más de 8 kg. Me pesaron y pesaba 6 kg. Hoy peso 8 kg, es que me alimenta muy bien y como encima los gatos de mi raza somos corpulentos. Vamos que soy un gato grande.
Ya han pasado cuatro años y estoy encantado con mi Pili. Por las noches me acurruco en el hueco que hay entre su barriga y sus piernas y ahí me quedo toda la noche, cuando ella se da la vuelta espero a que se quede quieta y me vuelvo a colocar, siempre pegadito a ella. Y allá donde va, voy yo detrás.
Un año después de mi llegada a mi nueva casa llegó Luz, una preciosa gatita parda con los ojos verde esmeralda para quedarse con nosotros. Yo me enfadé muchísimo, pensé que me iba a quitar mi sitio y el cariño de Pili, y le atacaba, le tiraba a morder y le bufaba cuando la veía. Pero se me pasó. Hoy somos compañeros y nos damos amor, jugamos al escondite o a perseguimos, y otras veces nos peleamos, pero nos queremos. Y el año pasado llegó un bebé siamés de tres meses. A este si que no lo aguanto. Es un demonio y me tiene frito.
FIN
Abel Vázquez
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